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Las Sorpresas de mi Ciudad

Vivir en las Calles de Barcelona

En el año 2010, tenía diecisiete años y las desigualdades sociales ya me suscitaban interés. No entendía como era posible que algunas personas dormían en la calle, mientras que otras podían dormir en una cama doble. Rafael, un hombre gitano de cincuenta años que vivía y dormía en frente del convento de Santa Catalina de Barcelona, ha sido la primera persona que me ha permitido reflexionar sobre esta realidad. Con los años nos hemos ido conociendo, y de vez en cuando le regalaba una camiseta nueva, un café con mucha azúcar, y siempre esperaba que me cantara una canción o me contara una historia nueva de su vida anterior. Era cojo y a menudo estaba enfermo. Una vez, lo fotografié cerca de una peluquería canina para un proyecto personal, ya que me indignaba aquel contraste social entre aquella tienda luminosa y lujosa frente a un pobre indigente. En 2013, Rafael fue ingresado en el mismo hospital donde se encontraba su mujer. Su estado era crítico, y a pesar de mis búsquedas, nunca más he tenido noticias de él.

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En Septiembre del año 2014, he buscado una organización en Barcelona que me permitiera ayudar a las personas desfavorecidas a pie de calle. En otro texto explico cuál siempre ha sido mi relación con la ONG Casa Solidaria, un pequeño grupo de voluntarios, muy bien organizado, que preparaban y repartían comida a quienes la necesitaban. Al principio, mi tarea era de aportar una treintena de plátanos el domingo por la noche. Durante el reparto, observaba tímidamente a más de doscientas personas que desfilaban delante de mi para tener un plato de comida caliente y para compartir un instante de conversación con nosotros, voluntarios de una noche. Al principio era muy duro y volvía a mi casa llorando. Algunas historias le daban una bofetada a mi cara de buen estudiante. 

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Ignacio, un hombre sonriente de cuarenta años, me contaba que sus hijos estaban en una familia de acogida y que sufría por ello. No pedía ayuda a sus hermanos por orgullo, pero seguía luchando como podía para salir de esta situación inestable en la que se había metido él solito. “Las primeras semanas que dormía en los cajeros, tenía mucho miedo. Pero con los años he tenido buenas y malas relaciones que me han ayudado a aguantar esta situación. No te imaginas lo que vivimos en la calle. Ven a dormir con nosotros y sabrás lo que significa no saber lo que te pasará mañana.” En aquel momento, me acuerdo que Ignacio dormía bajo un puente del parque de la Estación del Norte, con otros compañeros de viaje. A veces no me reconocía cuando le saludaba y lo sentía cada vez más fragilizado. Pero seguía sonriendo, haciendo bromas a sus amigos más cercanos y agradeciendo cada uno de los abrazos que recibía. Ignacio ha sido mi primer contacto de la ONG, junto a Santiago, un chileno de cuarenta y dos años que siempre dormía en el portal de la biblioteca de Sagrada Familia.

 

Venía cada noche a los repartos de comida porque sabía que allí lo acogerían bien. Ha vivido en Chile y en Suecia con su familia, pero según él, en ningún de los dos sitios ha sido bien aceptado por ser homosexual y católico a la vez. Me gustaba ir a visitar a Santiago una vez a la semana, después de las clases, ya que necesitaba mucha afección. Solíamos caminar juntos y debatir sobre temas cruciales de la vida. Pero sufría un trastorno mental, ya que se sentía constantemente perseguido por mujeres diabólicas que le querían agredir. Una vez, lo ingresaron en el hospital Clínico de Barcelona, y allí proseguía mis visitas para que él siguiera animado y pudiera desahogarse conmigo. Aún me acuerdo de la sala común de los visitantes en la que me cogía la mano como un niño, por miedo que lo volvieran a maltratar. Me contaba sus secretos, sus gustos musicales en pop y en rock, su forma de admirar a los bailarines de ballet, simplemente porque se les marcaba el pene en sus pantalones ajustados. Santiago era un hombre muy sensible. Algún día, Santiago ya no tendrá que escapar más de sus miedos. Me acuerdo cuando decía: “Quiero ayudar a las personas sin que sean una inversión o un artículo de negocio, sino como seres humanos. Cuando necesitan ayuda hay que ayudarlos, como a mi también me han ayudado. Me gustaría ayudar a otros hombres homosexuales.” Hace meses que este viajero chileno se ha marchado de Barcelona. Quería irse a Israel porque Dios le había dicho de ir a reencontrase con él. Pero su estado físico y mental eran preocupantes. Espero que haya podido cumplir su deseo, ya que se merecía vivir en otro sitio que en la calle...como mucha otra gente. 

 

Según la organización catalana Arrels Fundació, “Se acaba viviendo en la calle por diferentes razones, como problemas familiares, de salud mental y de alcoholismo, pero también por motivos de carácter estructural, como pocas posibilidades para acceder a una vivienda digna o unas políticas sociales débiles. Perder el trabajo y la pareja también son factores importantes y muchas veces es la suma de todos estos problemas y la incapacidad personal para gestionarlos lo que acaba abocando a una persona a la calle." (cf. página web de Arrels). Mientras trabajaba en Casa Solidaria, me detenía mucho más a conversar con las personas desfavorecidas que veía cada día en una y otra esquina de Barcelona. Algunas entrevistas me han permitido realizar el proyecto Some.where en el año 2015, en el cual creo haber entrevistado a más de sesenta hombres y mujeres. La mayoría de las conversaciones me han acercado un poco más a estas personas solitarias que, a veces, solo necesitan a un compañero a su lado que les sonría y les abrace. Y de todos ellos, Mateo es el hombre que mejor me ha enseñado a comunicar con las personas que viven en la calle, sabiendo escuchar y entender su recorrido personal. Al día de hoy, Mateo sigue siendo un entrenador congolés en artes marciales, que duerme en el parque de la Estación del Norte de Barcelona. A su vez, se mantiene como una figura ejemplar para los demás, por su forma de valorar el entorno, o de ver la vida desde la sencillez y la transparencia. Según él, “todos los elementos de nuestro entorno tienen su valor. Hay que aprender a quererlos, como puedes querer a una persona”

 

Si el mundo escuchara mejor a personas como Mateo, el orgullo, la violencia y la mentira se romperían en pedazos frente a su figura noble, llena de buena energía. Cuando estaba un poco enfermo, Mateo me llamaba para saber si me encontraba mejor, mientras él se congelaba entre sus mantas y sus cartones reciclados. Para mi, siempre será un hombre sabio y observador que tiene sus principios, y que está de pie desde las seis de la mañana para poder entrenar. “Cuando entreno y hago deporte, siento alegría. El deporte me ayuda a ser disciplinado, a aislarme en la naturaleza y con los animales, a combatir la negatividad de mi mente. Mi deseo es poder transmitir el arte del deporte a otras personas y sembrar buenos consejos alrededor mío.” La última vez que hablamos, me contó la historia de su viaje, desde que se fue del Congo en el año 1995 debido a la guerra civil, hasta su llegada a Barcelona en el año 2000. ¡Toda una aventura! A pesar de nuestras rutinas opuestas, siempre he tratado de estar presente para él, como muchos otros voluntarios que lo respetan y lo quieren como a un hermano. Mateo solía decir: “Me gustaría aprender a conocer mejor el planeta. Esto significa entender a la gente por cómo viven, cómo se comunican, cómo se respetan. No quiero riquezas en mi vida, solo quiero ver la simplicidad y la belleza de las cosas." Actualmente, el sueño de Mateo consiste en ser profesor e impartir clases de artes marciales a las personas que necesitan sus consejos. En su momento, me hacían falta. Echaré de menos a mi hermano negro.

Cuando entrevistaba a personas que viven en la calle, trataba de crear un entorno de confianza. Luego, me centraba en descubrir sus valores y en desvelar una parte de su personalidad, siguiendo un modelo social y ético. Sentía curiosidad por obtener un recuerdo de su infancia y otro de Barcelona; entender lo que más valoraban de los demás; cuales eran sus aficiones; lo que les gustaba hacer cada mañana; la persona que más les había inspirado; lo que les gustaría poder aprender y, finalmente, cuál sería su sueño en la vida. 

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Entre las conversaciones más interesantes, me acuerdo bien de las palabras locas de Sebastián, un artista argentino de Santa Fe. Solía dibujar y filosofar cerca del MacBa, sin buscar ningún reconocimiento. “Estoy desarrollando un proyecto de filosofía gráfica que explora un nuevo formato de sintaxis a los símbolos del lenguaje. Es un ajedrez infinito que me abstrae del entorno. Finalmente, mis ilustraciones son parte de mi mente en el mundo material.” Sebastián disfrutaba del momento presente y de las cosas simples y novedosas que le podían extraer de su rutina diaria. Pero no puedo describir a Sebastián sin antes hablar de Rafa, otro artista valenciano que había sido florista en el pasado.

 

Entre una y otra carcajada, Rafa me decía “Quiero transmitir el humor y la sonrisa a través del dibujo. No soy pintor, soy dibujante. A veces, lo que veo me hace gracia y decido dibujarlo.” Rafa era divertido. Siempre lo he conocido feliz, dibujando y observando a su alrededor natural. Me acuerdo que una vez, los dos estábamos conmovidos por una conversación acerca del amor que él sostenía a su madre. Aquel día, me ofreció simbólicamente la plantilla de soporte con la cual había realizado centenares de dibujos. Rafa era una persona que se reía por un gesto, un cruce entre personas, un buen chiste. Nos perdimos de vista durante meses y al día de hoy, no sé si ha podido volver a su ciudad de origen. También citaré a Alessandro, que sigue bien presente entre mis recuerdos. Él y su viejo perro Otto. Aún me los imagino sentados en medio de la calle Ferran, en pleno centro de Barcelona. Los turistas se escondían en una esquina para sacar una foto de su cartel, por miedo de hablar directamente con él. Alessandro había escrito : “Life is beautiful”. Era simpático, sensible y cuando le pregunté si quería comer un bocadillo, me dijo “tráeme un buen libro”. Aunque fuera italiano, cada dos semanas le regalaba un libro nuevo en castellano. Me contaba que su mujer lo había abandonado y le había prohibido contactar a su hijo único. La última imagen que tengo de él es verlo acostado en el suelo de plaza Cataluña, triste, y sin su viejo perro Otto.

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Paseando por mi ciudad, he conocido a muchas personas distintas de la cuales no recuerdo los nombres, pero sí sus rostros. Me acuerdo de haber entrevistado a un hombre que tenía su pequeña librería ambulante durante el día y que dormía en un cajero de banco por la noche. He conocido y visitado a menudo un turco que creaba figuras de aluminio, un irlandés que dibujaba bicicletas en una pequeña libreta, una mujer muy tímida de sesenta y cinco años que llevaba una eternidad pidiendo limosna en el mismo emplazamiento de siempre, un joven que se prostituía en los baños públicos de las estaciones de trenes, una pareja de alemanes que acampaba en un parque, un electricista que se ha ido frustrando con el vino y las mujeres, un hombre que había vivido en las calles de Argentina y había viajado hasta España para conseguir una vida mejor, un hombre rumano con bigote a quien siempre compraba un paquete de pañuelos, una chica que llevaba años cantando en las pequeñas plazas del centro de mi ciudad, un checo que tocaba una guitarra desafinada, un chatarrero que cobraba 8 céntimos de euro por un kilo de acero, etc. Una y otra persona que se sentían mejor cuando alguien les hablaba y les cogía de la mano. Por aquellos encuentros sinceros y emotivos, os recomiendo crear un poco de tiempo en participar en una asociación, ya que allí se reúnen y se refuerzan las buenas intenciones. Con los años, voy aprendiendo que cada mirada es una nueva historia, y después de haber escuchado a tantas personas que han vivido y siguen viviendo en la miseria (no tengamos miedo del uso de las palabras), nuestras experiencias de vida pueden ser distintas pero todos compartimos un mismo y gran corazón en búsqueda de felicidad.

 

En este mes de Mayo 2016, he seguido en contacto con Mateo y con otras personas que viven en la calle o tienen algunas dificultades, como Manuel. Este hombre mayor es mi coronel y yo soy su teniente general, que siempre le aporta una bolsa más grande que las otras. Así vuelve con más comida a su pequeño piso, cedido por el Ayuntamiento. Don Manuel ha sufrido varios infartos y su invalidez le perjudica. Cuando era joven policía, le dispararon dos veces en la espalda. Pero es un gran bromista. Algunas noches ha conseguido hacerme llorar de la risa. También me llevaré buenos recuerdos de Juanjo, un hombre más mayor que también le gusta hablar de su rutina semanal. Hace poco, le han dado un pequeño trabajo como guía turístico. ¡En catalán! Lo van invitando los martes a pasar el día en un convento. Debe tener más de setenta años y tiene la energía de un joven de veinte. Y finalmente Antonio, un hombre que tiene la cuarentena y con quien he tenido mucho placer en conversar de la Barcelona de los años 80. Su vida ha sido dura debido a sus enfermedades. Pero sigue viviendo con ilusión, mudándose de vez en cuando con su pequeña pensión. Además, es un hombre que se enamora pasionalmente de los hombres y de la vida. Es un soñador y una maravillosa persona, siempre atento en ayudar a los demás... y que ellos le devuelvan la sonrisa. Una vez, le regalé unos chocolates a Antonio, y el gesto le conmovió. No se esperaba recibir un regalo.

 

Finalmente, es bonito ver cuando estas personas que viven excluidas por la ciudad debido a su condición, agradecen conmovidos los pequeños gestos de amistad y de ternura de los demás. Son anécdotas que espero poder contar en otro momento. Entre tanto, me gustaría agradecer a Paqui y a Juan Carlos, coordinadores de la nueva asociación Amasdés, por haberme guiado con amor en el sector de las exclusiones sociales. Junto con vuestros compañeros solidarios (Ricardo, Raúl, y todos nuestros amigos), habéis encendido una pequeña vela, creadora de esperanza para muchas personas. Voluntarios y no voluntarios, hombres y mujeres, extranjeros y locales, jóvenes y personas mayores, etc. No hay tantas diferencias entre nosotros. Todo el mundo necesita lo mismo: un plato de comida caliente, una sonrisa y una mueca de cariño. Y es la realidad en la calle, como en todas partes. La comunicación emocional es la base sustancial para que sigamos adelante con nuestras vidas, ya que detrás de cada persona se esconde un mundo de fantasías. Durante dos años, he ayudado a personas necesitadas, y todas ellas me han ayudado a mi también, mucho más allá de lo que ellas creen. Son los anónimos olvidados por la sociedad, que siempre seguirán muy presentes, entre el dolor y la felicidad, en la calle y espero que algún día, en un lugar que les pertenezca. En unos años, los recuerdos cambiarán, pero siempre guardaré en un rincón de mi memoria, estos pequeños instantes inspiradores, llenos de emoción, que me motivan salir cada día a las calles de mi ciudad.

 

Publicado: 29 de Mayo de 2016

Deseamos que las personas sigan siendo libres, teniendo lo que les haga falta en mismo tiempo.

Nuestro objetivo es saber que consiguen ser felices, quitando el sufrimiento a su vida. 

Paqui & Juan Carlos

He entrevistado varias veces a mis queridos amigos, Paqui y Juan Carlos. Siempre han sabido enseñarme que si bien las conversaciones y experiencias con personas que viven en la calle son inusuales y enriquecedoras, 'estos encuentros sociales nos hacen reconectar con nuestras emociones las más puras y nos permiten re-aprender a valorar nuestro entorno cotidiano'. En mi experiencia de ONG, he aprendido que las personas que viven en la calle son muchas más de las que solemos ver diariamente por Barcelona. Los repartos de comida se han convertido en espacios de encuentro para conocer mejor a otras personas y compartir una mirada y una buena conversación. Además, he realizado que estos encuentros sociales son considerados como impulsores para establecer relaciones de confianza con personas que viven en la calle. De ahí, hemos podido empezar a ayudarles a nuestra manera, volviéndonos conscientes de la vida de cada uno y escuchando sus historias desde nuestro corazón. Paqui y Juan Carlos me han dejado entender el voluntariado como una cuestión de respeto, sinceridad, compasión, y amor. Para ellos, las personas se merecen las necesidades básicas para vivir (un techo, higiene y alimento), a la vez que necesidades puramente emocionales (un abrazo, una sonrisa, un instante de conversación). Gracias a ellos, puedo entender mi experiencia de ONG como un aprendizaje, en el cual lo importante no es juzgar a las personas por su condición, sino observarlas, escucharlas y dar un paso hacia ellas para ayudarlas mejor. En definitiva, estar presente en un reparto en compañía de Paqui y Juan Carlos se ha convertido en una experiencia natural y humana, que rompe la estructura de prejuicios que ha sembrado nuestro miedo y orgullo personal. En estos tiempos de crisis, ellos se convertirán en dos humildes y sabios maestros, creadores de esperanza, y siempre serán mis amigos de confianza.

 

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Publicado: 26 de Septiembre de 2016

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